«Gualambaos: Concierto sinfónico para Ramón Ayala», ejecutado por la Orquesta de Cámara del Parque del Conocimiento, permitió al público maravillarse con la impronta sonora que cobraron algunas de las canciones más reconocidas del creador del gualambao. Emoción y ovación en una noche para el recuerdo.
Alguna vez, al intentar explicar el género musical denominado «gualambao», su hacedor, Ramón Ayala, dijo «siempre pensé que Misiones es un lugar donde pareciera que Dios puso el dedo para señalar la belleza. ¿Qué traje le pondríamos a este cuerpo extraordinario que es Misiones? Así nació este intento de crear un ritmo que pudiera contener a Misiones».
Al igual que Misiones en su topografía, el gualambao se deja atravesar por ríos sonoros, aventurados en dar testimonio, con su ritmo, su danza y su poética, de las beldades misteriosas e infinitas de una tierra sin igual.
En la noche del miércoles, en un colmado Teatro Lírico, ese ropaje con el que el poeta intentó vestir a su lugar en el mundo, cobró colores y matices diferentes en una noche plena de sutilezas y descubrimientos. «Gualambaos: Concierto sinfónico para Ramón Ayala», ejecutado por la Orquesta de Cámara del Parque del Conocimiento – dirigida por Nicolás Albornoz-, habilitó una dimensión desconocida para un puñado de canciones seleccionadas por el propio Ramón. El resultado, quedó evidenciado de manera elocuente sobre el final del concierto, cuando de pie, la concurrencia se extravió en un aplauso continuo que duró varios minutos.
Todo había empezado con la presentación inicial, a modo de preludio, del tridente integrado por Oscar «Frodo» Peralta (guitarra), Cacho Bernal (percusión) y Joaquín Benítez (bandoneón). En este segmento inicial, se lucieron las interpretaciones de «Lluviarada», «Brumas del Teyú Cuaré» y «Pycazú».
Tras ello, la voz inconfundible de «El Mensú» se apoderó de la sala a oscuras, con el recitado hipnótico de «Ser» («Mira la luz, goza la vida y el acontecimiento de existir, milenios de sombras transcurrieron antes, mucho tiempo antes que ti»), mientras los más de treinta músicos de la orquesta iban ocupando sus lugares y empuñando sus instrumentos en el estrado.
«El gualambao», canción grabada originalmente en 1959, abrió el concierto replicando la melodía del canto ausente, con secciones violines y violonchelos, bajo el pulso embrujado de la clave rítmica sapientemente guiada por la percusión de Bernal. Este trayecto inicial se completó con «La voz del monte» y «Amanecer en Misiones».
El homenaje siguió con «Panambí Hovy», «Corochiré» y «Volver en un cuento». Cada ejecución, permitió al público embelesarse con las texturas inéditas que el lenguaje sinfónico imprimía sobre las composiciones, felizmente intervenidas por los arreglos de Juan de Dios Rivas y Gonzalo Bobadilla.
Para el final, tres enormes canciones: «Alma de lapacho», «Comandante Guazurari» y «Canto al río Uruguay». Prácticamente no medió el silencio entre el sonido último de los instrumentos y el clamor de una audiencia cautiva de la emoción y el agradecimiento por tan notable demostración artística. Quizá, la misma emoción y el mismo agradecimiento que experimentó el propio Ramón Ayala quien, desde su hogar en Buenos Aires, siguió las instancias del concierto vía streaming.
«Hace más de treinta años que Ramón esperaba esto. Ha sido un gran regalo para él y para nosotros. Estamos muy felices» resumió el percusionista «Cacho» Bernal, poniendo en palabras, el sentimiento compartido tras la inolvidable velada.