La clase política se reparte celosamente entre la comunicación interna y la externa. Aunque sean muy distintas entre sí, el sujeto promotor no quiere desprenderse de una o de otra, ya que ambas deben conspirar por sobre el ciudadano al que pretende representar.
Las bases sobre las que segmentan los discursos demuestran una necesidad de dejar a un lado las ideologías infundadas y en muchos casos innecesarias. La política hoy se ocupa de lo urgente.
Las sociedades se sienten cada vez más libres de ideologías o creencias. Por más esfuerzo publicitario que se haga, optan por lo que sienten y quieren. Aspiran a ser seducidos por el afecto o la calidez del acercamiento persona a persona, y masivamente por las redes sociales en comunidad digital.
Llamativamente los obsoletos (o viejos) métodos de “convencer” por folletos, propuestas, carteles, elefantitos o hasta “proyectos” fueron mutando hacia la magia que ofrece la fórmula de la “empatía”, en una nueva construcción de fuertes lazos coyunturales entre dirigentes, políticos o candidatos, con sus seguidores.
Las estructuras o la institucionalización de los candidatos devenidos del Estado ya no ganan. Son los perfiles, los liderazgos, capacidades, la dedicación, la creatividad, la autodeterminación o la autonomía (entre otras cosas) las que calzan en el termómetro social.
Ningún político, funcionario o dirigente es más o menos empático con la contemporaneidad si no fortalece su compromiso con lo que comunica, y el cómo lo hace. Esa comunicación debe ser segmentada y en total consonancia entre la interna y la externa, además de ser verdadera.
Probablemente hace poco tiempo atrás no tenía importancia la disonancia entre ambos.
Hoy, algunas de las claves del éxito, está en decir la verdad (frente manteca diria yo) hasta ser políticamente incorrecto, incluso muy a pesar de que grandes estructuras de gobierno caigan en consecuencia en el intento de disfrazar escenarios para la capitalización de lo único genuino en todo el proceso democrático: el voto de la gente.
Nada garantiza que el electorado se sienta libre de pensar y actuar, pues cualquiera puede ganar o perder por falta de lectura real en el último minuto de una carrera electoral.
Los cambios no son propiedad de un partido, movimiento o candidato como tampoco distinguen racionalmente en tiempos pasados, presentes o futuros. Sino que es la sociedad (varias veces subestimada) que lo pide hasta que aparece el voluntario emergente que interpreta temporal y parcialmente la realidad.
¿Son coincidentes la comunicación interna y externa?
Probablemente, como sociedad podríamos repensar algunas sobreexigencias a la clase política que “no inventa nada”, pues su función debería ser abocarse solamente a la representación de lo que se expresa en medio de la construcción provinciocrática.